Extraordinario invento de científico villamariense

Extraordinario invento de científico villamariense

Horas felices en el domicilio de la calle Salta al 1500 de nuestra ciudad, donde viven Antonio Simonetta y su esposa, Lidia Pizzi. Un hijo de ambos, Rubén,  es uno de los dos peritos forenses que trabajan en la capital provincial, que acaban de patentar un invento definitivamente revolucionario. Se trata de una “tinta infalsificable”, que contiene ADN de la persona que la emplea. Un dolor de cabeza para falsificadores de cheques, cuadros y cuanto elemento sea pasible de ser replicado

Han pasado más de veinte años desde que Rubén se sentaba en un banco del Colegio Nacional, en la misma división a la que asistían, entre tantos otros, Daniel Cerutti, René Stocco, Norma Guizo, los Santa, Nicolás Noriega, Charly Armonti, Gregorio Beltramone, Graciela Salera, Silvia Pelliza… Y Rubén los recuerda, pero hoy por hoy, no tiene ni un minuto para darse una vuelta por la “Villa”. Lo están llamando desde distintos países del mundo por el interés que ha despertado la tinta que inventó junto con su colega Juan Carlos Jaime.
«Esta tinta puede ser aplicada sobre todo aquello que uno quiera que no sea adulterado: cheques, documentos, títulos universitarios u obras de arte, por ejemplo. La garantía es que el análisis para verificar la presencia de la tinta puede ser realizado en cualquier laboratorio del mundo», explicó el doctor Simonetta, perito oficial en lo que hace a huellas digitales genéticas del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba, al diario La Nación, el que “descubrió al descubridor”.
Originalmente, este sofisticado sistema antifalsificación fue ideado para uso personal. «Comenzamos a usarlo hace tres años, colocando nuestro propio ADN en la tinta, para identificar los informes que realizamos como peritos forenses y evitar así que falsifiquen nuestras firmas o algunos de los datos cruciales consignados en el documento», relató el doctor Simonetta, miembro fundador de la Sociedad Argentina de Genética Forense.
Al poco tiempo, continuó, «algunos jueces con los que tenemos contacto en nuestro trabajo se enteraron de que habíamos desarrollado este método y nos preguntaron si podían utilizarlo».
Fue entonces cuando Simonetta y Jaime, directores ambos del Centro Integral de Genética Aplicada (CIGA) de Córdoba, decidieron perfeccionar la técnica con miras a su uso masivo; contaron para eso con la colaboración del ingeniero electromecánico Julio Sabag.
Hoy, el método que estos peritos pretenden comercializar una vez que hayan obtenido su patente dista mucho del producto original, según el artículo escrito por Sebastián Ríos en el prestigioso matutino porteño.
«Al principio colocábamos nuestro ADN directamente en la tinta de las lapiceras que usábamos -contó Simonetta-. Pero las lapiceras eran muy distintas, lo que constituía un obstáculo. Eso nos llevó a poner el ADN en una tinta invisible que puede colocarse con un aplicador en cualquier lugar, ya sea sobre una firma o sobre cualquier otro soporte”.
El segundo cambio que experimentó este método, el más importante, fue el microencapsulado de las moléculas de ADN. «Al encapsular el material genético en otras moléculas proteicas, su contenido es mucho más resistente. Además, es otro elemento que impide su falsificación, ya que la persona que lo intente no sólo debería conocer los genes, sino también de qué está hecho el microencapsulado”.
¿Cómo se produce la tinta antifalsificación? «Pasamos un hisopo por la parte interna de la mejilla de la persona que solicita el producto para extraer células bucales -respondió Simonetta-. Luego extraemos de ellas el ADN y lo amplificamos mediante una técnica llamada reacción en cadena de la polimerasa (PCR), tipificamos los genes y elegimos cuál vamos a utilizar”.
El método desarrollado por los peritos forenses cordobeses echa mano de aquellas porciones de la cadena de ADN que se encuentran entre los genes (conocidas como microsatélites o ADN chatarra). «Siempre utilizamos una porción distinta como codificador genético, lo que hace aún más difícil su falsificación», apuntó Simonetta.
Una vez determinado cuál gen servirá de huella digital genética, se producen varios miles de copias que son microencapsuladas, para ser vertidas en la tinta invisible que el usuario podrá aplicar sobre aquello que quiere evitar que sea adulterado.
Como este sistema todavía no ha sido comercializado, tampoco se conoce cuál será su costo real; sí se puede decir que el estudio de tipificación de ADN ronda los 500 dólares. «Pero serán centavos por cada aplicación, ya que sólo se requieren unas gotitas», concluyó Simonetta en sus declaraciones ante Ríos.
Han pasado más de veinte años desde que Simonetta compartía sus ideas, sus vivencias y sus ilusiones con los amigos, los compañeros de clase. Difícilmente él se haya imaginado este presente que hoy disfrutan todos. Porque se trata de uno de ellos, de uno de los nuestros, un villamariense ocupado en espiar con mirada científica para rescatar de cada grieta, una posibilidad de mejorar la calidad de vida de la gente.

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